Una fotografía a blanco y negro de un rostro que apenas reconocemos entre hilos de cabello, una mujer en un traje masculino, un lejano paisaje de montañas y en letras azul klein: Un hombre rubio. Así se presenta Christina Rosenvinge en su nuevo disco, revelando desde título e imagen una intención: impersonar a un hombre.
Como hermano antagónico, Un hombre rubio entabla cercanía con La Joven Dolores (2011), un disco que aquí consideramos obra maestra y reluce en nuestro altar. Esta hermandad se explica en la columna vertebral de cada uno: mientras La Joven Dolores es una tesis sobre la figura femenina, un retrato múltiple que abraza distintos referentes culturales; Un hombre rubio, es la vuelta de tuerca en la que esta artista examina con la misma profundidad la figura masculina.
La primera canción es un manifiesto. “No tengo proezas de conquistador, no tengo certezas como pensador, no entiendo nada de un motor, no soy de esa cofradía”, anuncia la voz de un hombre que no sabe ser mecánico, cazador o galán, metáforas de los oficios que históricamente se han asignado a los varones, y esta voz se compara en su vulnerabilidad con La Flor entre la vía. Atrás han quedado los susurros a lo Feist y más parecida a PJ Harvey, Christina entona esta declaración en una melodía de reiterativa percusión.
Como una carta en la que el padre es destinatario, Romance de la plata esboza una biografía. Valiéndose de los símbolos presentes en su apellido: Rosen (Rosa) y Vinge (Ala), Christina se aproxima a su padre, comprendiendo al fin sus decisiones y comportamientos. En algunas entrevistas ha dicho que él, siendo un hombre sensible y cercano al arte, tuvo que cumplir obligaciones que en su vida lo alejaron de esta verdad, incubando en él un sufrimiento que más tarde se manifestaría fuertemente. El perdón llega al final la canción: “¿Cómo no voy a entenderte, padre? Si es mi misma soledad”. Imperdible el bellísimo video/performance que nos muestra a la artista visitando la tumba de su padre e interpretando esta canción, sola con una guitarra de palo, versión que llega a conmovernos más que la contenida en el álbum.
En otro ejercicio poético, El pretendiente, una aparente canción de amor esconde en su lecho profundo la historia de un inmigrante africano tratando de ganarse un lugar en España, enfrentado así a las cuatro reinas de la baraja, como si de coquetearles se tratara. Esta pieza magistral se rige por una poderosa aleación del piano y la batería, y un final de finísima electrónica que nos señala un dudoso desenlace, para nuestro superviviente, “El puente es de agua”.
Otro hombre habla ahora, uno que ha perdido a su amante tras un corto pero memorable encuentro. En Ana y los pájaros alcanzamos a intuir un juego de personajes, como si nuestra Christina se describiera en tercera persona, siendo la fugaz Ana, una femme fatal que nos da una lección de liviandad y desprendimiento. “Cada mañana era una ofrenda, cada noche era imperial, una semana hizo leyenda”, y es que quizá de cuatro o cinco noches como esas tal vez pueda vivirse como de un largo amor toda una vida.
Niña animal y Berta multiplicada subvierten el concepto del disco, al retratar ahora a dos mujeres que en su comportamiento se asemejan a fieras, al instinto animal e impetuoso que asociamos generalmente a los hombres. En la primera hay sentido del humor y en la segunda, solemnidad. Berta multiplicada es una epístola a la hondureña Berta Cáceres, líder indígena y activista del medio ambiente, que en su lucha fue asesinada. En su homenaje, Christina pregunta si acaso el alma animal de Berta prevalecerá en forma mineral, polvo estelar, arboleda, o lobo blanco que “no aulla a la muerte, aulla a la vida”, y esta última palabra, vida, y Berta, se alternan y repiten como un mantra, se multiplican en un emocionante desenlace que eleva y estremece.
Y si en este álbum repleto de tesoros tuviésemos que elegir solo una joya nos decantaríamos por Afónico. En un tono bíblico, este hombre que habla a través de Christina, casi pierde la voz en su plegaria. Está llamando a otro hombre, uno superior, quizá un amante, un padre, o un dios que le ha dado la espalda. “Soy el hombre que arrojaste a la tormenta, soy el péndulo entre el vicio y la virtud”. La desesperación aumenta con la canción, que va de un preámbulo sosegado a un convulso desenlace. En algunos vídeos de la presentación del disco en vivo hemos visto a Christina dándolo todo al interpretar Afónico, de rodillas y emitiendo gritos desgarrados al final de la canción, esperamos tener pronto la oportunidad de atestiguarlo en vivo.
Hay dos maneras pues de aproximarse a Un hombre rubio, y quizá a la discografía misma de Christina: una, desde el goce melódico y la admiración por la producción que esta vez ha corrido por su propia cuenta, en él hay riqueza instrumental, sofisticación y un disfrute en la pronunciación de las palabras, su cadencia y la belleza formal que ha heredado de la poesía. Y otra aventura es querer entender sus letras, ahondar en las entrañas de cada canción, una misión que como habrán leído, aquí nos interesa siempre.
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