Ignacio Herbojo, nuestro querido e inquieto cantautor argentino, ha revelado al fin un radiante segundo álbum, donde lo antes susurrado es dicho ahora en voz alta.
Cinco años separan a Solo (2013) de Terremoto, y cuántas mudanzas en ese intervalo, cambios de casas, de paisajes, de anhelos y siempre, un mudar de piel. Su debut: once canciones que en una frágil reunión de voz y piano se perciben monumentales. Su continuación: diez cortes en los que aquel sutil planteamiento es enriquecido por arreglos electrónicos de mucha dulzura, baterías y guitarras de la banda que esta vez acompaña y defiende el mensaje de Ignacio, lo proyecta con mayor seguridad, a un mejor volumen.
Terremoto es pues, el preciso encuentro del pop y la poesía.
La mano y el ladrido, con ese título de poemario, nos arroja a la corriente, desde el principio entendemos que cada canción es aquí una pregunta, una necesidad ante la que Ignacio enuncia: “Yo solo quiero oírte responder”.
Como potentes baladas, Desierto y Otra vez nos saludan, en ellas la intimidad se reflecta en canciones universales, como hechas para ser dedicadas, y nos quedamos con una hermosa línea sobre la reconciliación, el volver a “Combinar tu ropa y la mía”.
Ocaso, por supuesto, en el corazón del disco y con toda la ambición pop nos traslada a un paisaje veraniego, un viaje en autobus, un acontecer adolescente. Y que la palpitante melodía no nos distraiga de una de las letras más bellas del disco que confirma ese don sospechado en Ignacio: el poder de escribir canciones/poemas, letras que podrían existir en páginas de libros, sin música, o más bien con la música interior. Tal don le hermana con artistas tan queridas como Christina Rosenvinge o Rosario Bléfari (quien ya ha publicado sus letras en formatos editoriales).
A partir de esta mitad poderosa, Ignacio se ha permitido experimentar con la exoticidad: en Terremoto, que sucede sensual y calma, contraria a la promesa de su título, y Jugar en clave electrónica y segundos de vacío en medio, para sentenciar “Ya no somos lo mismo”.
Última habitación nos sorprende y hasta sonroja con el erotismo de sus palabras, lengua, mar, piel y sacrificio, y el ingenioso remate: “Después de hablar quiero coger”, ¿cuál será la acepción buscada en este verbo?
Y nuestra despedida: La pregunta. En un paisaje más oscuro, con metálicos sonidos que camuflan la voz de Ignacio, empezamos a divisar un refugio la incertidumbre, “Yo siempre volveré, y seré”, como animales nocturnos acostumbramos nuestras visiones a la noche y hallamos en ella el sosiego.
En Terremoto, Ignacio Herbojo mira pues al futuro, pule el cristal de sus virtudes y sostiene la bandera de la honestidad, demuestra ser un artista preocupado por entenderse y en su conversación interior limar las aristas de sus sentimientos, como hábil escultor, hasta obtener las canciones que hoy comparte y resuenan en nosotros, las abrazamos como una verdad, y sobretodo como una promesa.
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