¿Cómo fue que surgió la idea de llevar esta obra al Teatro?
El texto de Gabriel Fernández Chapo me llega a través de un ciclo de Dramaturgia. Su material había sido seleccionado y, a través de las organizadoras del certamen, tuve acceso al texto, en formato breve. A partir de este hecho, motivado por las ganas de dirigir la pieza, convoqué a los actores y tuvimos varias reuniones con el autor con quien trabajamos codo a codo para generar una extensión y expansión del material. Generosamente el autor recibió nuestras sugerencias como grupo y fue generando gradualmente lo que hoy manejamos como versión final, en la puesta en escena. Luego estuvimos evaluando posibles teatros propicios para contener espacialmente el material, hasta que dimos con “El ópalo”, sala que consideramos ideal para la representación de la obra, de carácter intimista, minimalista desde un planteo ligado a lo onírico, a la lógica del sueño. Pudimos trabajar en la “caja negra” del espacio escénico en contraposición con el vestuario blanco de los actores que, conjugados por los juegos de luces provistos por la sala en función del diseño de iluminación, lograron acentuar el clima deseado para habitar la atmósfera de cada situación dramática de la obra teatral. La idea de un “no lugar” en donde los fragmentos se van construyendo y reconstruyendo como lo hace la memoria y el inconsciente en estado puro en el mundo del sueño, en un vaivén témporo-espacial ligado a la lógica ya mencionada.
¿Llevó mucho tiempo el armado de la obra? ¿Cómo fue la selección de los actores que la representan?
En cuánto a la selección de los actores que protagonizan la pieza, yo había trabajado en anteriores oportunidades tanto con Magali Zubiri como con Darío Bonheur. Con Magalí hicimos juntos los 5 años de la carrera de Actuación y compartimos muchos proyectos en los que hemos actuado o en los que yo la he dirigido y, con Darío, habíamos trabajado juntos como actores en el elenco de “Mockinpott” obra que estuvo en cartel en 2009/10 de la mano de la Compañía Teatral Quinto Piso. Cuando pensé en posibles actores para llevar a cabo la puesta en escena del material, ellos dos encabezaron la lista de mis opciones y tuve la suerte de poder contar con ellos, quiénes se sumaron al instante, luego de leer la obra. Confié y confío plenamente en los dos como personas y como artistas, confío en sus capacidades, su talento, su trayectoria, su oficio y laburo así que desde el día uno sabía que esto iba a andar sobre ruedas al generar este equipo de trabajo. En cuanto a Darío Viggiano, nuestro actor-músico que toca la guitarra en vivo, función a función, la llegada y selección fue gracias a una amiga actriz que me pasó el contacto y me lo recomendó en función de mi necesidad para la obra. Se pudo sumar a la energía del equipo de lleno y supo integrarse a través de la música y su performance ligada a las acciones y situaciones que atraviesan los actores en el transcurso de la obra. Su papel es sumamente importante y logra una sutileza como actor-músico y músico-actor que resalta la poesía del material en armonía con la música que ejecuta, con gran oficio y profesionalismo.
Los tiempos de armado fueron secuenciados de la siguiente manera: primeras reuniones con los actores, lecturas y trabajo de mesa, abordaje físico-expresivo para encarar los personajes propuestos, ensayos fragmentados de las situaciones dramáticas de la obra, pasadas y ensamble de lo ensayado en forma parcial, incorporación del músico para las transiciones de escena a escena, incorporación de objetos escenográficos, diseño espacial, vestuario, entrenamiento corporal y concepción del diseño de iluminación, ya en la última etapa de ensayos en la sala (“El ópalo”). Los roles que se fueron sumando al equipo han ido completando la totalidad de lo encontrado y fueron aportando al ensamble de la puesta en escena. Trabajamos con realizadores de muñecos basados en la fisonomía de los actores (el equipo de “Pajarito al tono”), realizadores de objetos escenográficos, asistencia en movimiento a cargo de una especialista en expresión corporal (Cecilia Campanari), vestuarista (Nicolás meliqueo), diseñador gráfico (Miguel Lascano), fotógrafos (Gaspar Bunge, Beto Martinez), editor de sonido (Julián Ahumada). Todo este proceso gradual y escalonado llevó aproximadamente 9 meses de trabajo hasta nuestro estreno que fue el sábado 13 de agosto de 2016.
¿Qué cosa o qué sensación has sentido cuando terminó la primera función?
El estado “post-parto” luego de haber estrenado una obra siempre genera en mí un cúmulo de sensaciones variadas. Una mezcla excitante de adrenalina, alegría, satisfacción por dar ese primer paso en la nueva etapa que la obra recorre al encontrarse con la pata que le faltaba para estar completa: el factor público. Yo diría que hay una suerte de hibrides emocional donde varias sensaciones y estados intentan conjugarse en la matriz de percepción que está “a corazón abierto”, esa sensibilidad extrema y, en lo particular, esa revisión milimétrica que coteja los ajustes necesarios para la próxima función y para lo que venga en el recorrido de la obra que uno siempre espera que sea duradero, que persista en el tiempo y se sostenga en cartel. Cuando uno estrena hay muchas aristas que salen a la luz por primera vez más allá de haberlas ensayado muchísimo, por y para el público, y siento que el ojo y la percepción toda tiene que estar atenta y alerta para captar los detalles a profundizar ahondando en el nuevo mundo posible creado. Esos detalles que refuerzan la gama de colores elegida para contar la historia, la poética y la mirada que tuve sobre el material. Me viene pasando que escucho devoluciones de gente cercana, colegas, amigos, público en general o gente de prensa especializada que sostienen en sus opiniones y apreciaciones muchas de las cosas que quise generar con la puesta en escena de la pieza y eso es algo que, como director, celebro ya que no hay nada más lindo que ver eso que alguna vez imaginaste hecho carne en el espacio escénico, resonando en los espectadores en un ida y vuelta anhelado y, sorprendente también, cuando escucho devoluciones inesperadas, donde los espectadores ven mucho más de lo que imaginé, ahí es cuando la obra pasa de las manos del grupo que la hace, a las manos de todos, del público y nosotros, en pleno convivio, es una maravillosa instancia en la que uno se desapega y comparte lo creado con todos y a la vez siente ese orgullo del trabajo en equipo, donde todas las partes somos igualmente importantes y necesarias para que ese producto que se ve en la función sea posible (todos los componentes y agentes activos necesarios que aportan su semilla en la germinación del material dramático y su transición a la puesta en escena).
Básicamente y sin contarnos el final de la historia ¿Qué nos cuenta la obra?
La obra plantea un recorrido por la historia de una pareja. Los momentos que van desde sus nacimientos, sus pasos por instituciones educativas, crecimientos en cada etapa evolutiva de sus vidas hasta el punto de choque y fusión de las mismas, cuando ambos ingresan a estudiar “Ciencias Políticas” en la facultad allá por los años 90. Lo que la militancia política unió, logró ser lo más parecido al amor que los dos pudieron sentir. Años de acuerdos, de convivencia y convicciones compartidas, de caminar por el mismo sendero, un hijo de por medio, la inevitable caída en la rutina, el comienzo de necesidades opuestas, diferencias entre las visiones sobre la felicidad, el bienestar, la coherencia y lealtad a uno mismo, sus posturas frente a la vida, a sus objetivos individuales y colectivos, llevan a que sus ideologías se bifurquen y, es aquí, cuando este amor parece no resistir. Pero, como en una foto, los dos vivirán esclavos de esa felicidad que alguna vez fue pura y marcó un sello a fuego en sus existencias. El espeso karma del momento del “sí, quiero”. Presos de sus decisiones intentarán salir de un laberinto sin escape… Puede que el arrepentimiento sea en vano, puede que valga la pena volver a intentarlo. Cuando el amor se torna obsesión, cuando la ideología deviene en fanatismo, ya no hay lugar para misiones, convicciones ni fracasos… queda la bala a la espera de una ruleta rusa de la pasión. Cada uno por su lado, intentará rehacer su vida luego de una separación meramente física porque, íntimamente y pese a los cambios que el tiempo produjo en ellos, los dos saben que se pertenecen aunque no quieran aceptar ni puedan acaso lograr revertir lo inevitable: la paradoja de la separación que, cuánto más duele, más une. La puerta queda entreabierta a la espera de una decisión, una continuación, un regreso, una resurrección o una determinante separación definitiva. La utopía del amor... ¿es suficiente para sostener una relación a través de los años? Anclarse en la ideas ¿es igual que ser fiel a uno mismo? Cuando las ideas mutan porque las necesidades cambian ¿el amor también muta, cambia, se desvanece? Un vicio, un amor, un objeto, una obsesión, una rutina, un deseo, un objetivo, un camino, un paso… ¿Quién alguna vez no desveló su sueño diciendo: “no sé si puedo dejarte”?
¿Cuál fue el mayor desafío al momento de empezar a armar las distintas partes de la obra?
Como la obra en sí no plantea un gran anclaje desde lo espacial, en cuanto a las didascalias o indicaciones escénicas, hubo que tomar decisiones concretas que apuntalaran la búsqueda creativa en el planteo del diseño espacial que contuviera las acciones físicas y dramáticas que los actores recorren a lo largo de la obra. Como director creo firmemente en la hibrides del hecho teatral y en ese mágico poder de conjugar todos los lenguajes artísticos en uno, en un todo cuyas partes están fusionadas y sus límites son tan difusos que uno llega a perder la noción de comienzo y final de las fronteras que, lejos de ser rígidas e indisolubles, son porosas, permeables. Esta convicción me llevó a generar un andamiaje necesario para poder encarar un texto muy amplio en cuanto a las decisiones y enfoques que un director puede tomar sobre él para materializarlo en escena. Esta apertura constituyó una especie de arma de doble filo, ya que, al tener escasas indicaciones escénicas y pocas referencias concretas en cuanto al contexto temporoespacial de cada situación dramática en particular (vistas como fragmentos que cobran sentido en la unión del arco de progresión dramática de la obra a nivel macro), uno puede, desde el rol de director generar, por un lado, un rico campo imaginativo tendiente a una exploración profunda de las imágenes generadoras que la dramaturgia sugiere por sí misma y, por otro lado, un “cielo abierto” que puede crecer de manera desmedida e inconexa si no se ponen límites como techo, para poder contar desde un eslabón, lo que la totalidad de la cadena lleva en su adn. Con esto intento decir que la obra en cuestión me resultó sumamente atractiva desde el mundo poético de las palabras y sus consecuentes imágenes y, a la vez, me enfrentó directamente con un intenso desafío: generar un mundo contendor para un material sumamente despojado de referencias o anclajes de posible sugerencia para concebir un diseño espacial, un mundo material concreto que estuviera cooperando con la historia de estos personajes. De esta manera sentí que el material me invitaba a abordarlo desde un costado onírico, siguiendo el recorrido de la lógica del mundo de los sueños, recuerdos que aparecen como lagunas en un intento de revisionismo histórico de una relación amorosa ligada a la militancia política y a los caminos individuales que pueden pesar más que los colectivos, con el correr de los años en una relación de pareja. Como recurso y búsqueda sentí la necesidad de completar los poros que el texto me proponía con un dispositivo que me permitiera contar ese nuevo mundo posible apelando a los sentidos. Una obra que apunte no solo a lo visual, si no fuertemente a lo olfativo, auditivo y táctil. Sentí que cada situación dramática me pedía un color, un sabor, un aroma, una textura distinta. De esa manera decidí tomar como punto de partida nociones y conceptos propios de la plástica al servicio de la puesta en escena, en su conjunción “escenoplástica” con fusiones de elementos más cercanos al cine y a la fotografía, pero sintiendo que eran recursos que el material podía incorporar y hacer convivir en armonía. “Figura-fondo”, “foco-fuera de foco”, “planos detalle”, “planos generales”, “perspectivas diagonales”, “simetrías-asimetrías”, juegos de espejo, “campo-fuera de campo” fueron binomios que me tendieron su mano para poder continuar paso a paso con el proceso creativo de llevar el texto a un espacio escénico, al cuerpo de los actores. Por otra parte, casi de manera rebelde, la primera imagen generadora que el texto me sugirió fue la necesidad de la presencia de muñecos que simbolizaran a los personajes-actores, es decir, que lograran en su condición de objeto una síntesis fisonómica del personaje y del actor que representa dicho papel. Con el tiempo esta imagen encontró su fundamentación en un eje “Kantoreano” (Tadeusz Kantor): los muñecos como esa parte del ser humano que, como en una foto, quedan inmortalizados, eternos en esa materialización inerte pero lista para cobrar vida a cada instante, como un eterno retorno, como ese auto que ingresa en una rotonda sin salida. Con esta visión del muñeco-objeto, sentí que podía reforzar un eje crucial en la obra: la unión eterna de dos seres que, si bien no llegan a poder confluir y convivir en armonía con sus propias ideas, ideales y búsquedas, quedarán marcados a fuego, de por vida, por esa relación amorosa que fue un bautismo al mundo del amor que, no es más ni menos, que el mundo dialógico entre la felicidad y el dolor.
Contanos un poco cómo fue ese paso de la actuación a la dirección.
Mis primeros pasos en el mundo teatral fueron dados de la mano de la actuación. Estudié la carrera de Actuación y Profesorado de Artes en Teatro en mi ciudad: Bahía Blanca. Fueron muchos años de dedicarme de lleno a la actuación y a la docencia. Participé en numerosos elencos autogestionados y en la “Comedia Municipal” de la ciudad. En el último año de la carrera tuve la materia “Dramaturgia” con mi primer y gran maestro: José Rubén Pupko. Tuve que llevar a escena un material de mi autoría a modo de tesina y ahí fue cuando me enfrenté directamente, desde la práctica escénica, con la conjunción dramaturgia-puesta en escena. Comencé a sentir un fuerte deseo de escribir y dirigir teatro. Pude estrenar mi primera obra como autor y director y, un año después, luego de haber pasado por la formación básica del profesorado en expresión corporal, decidí instalarme en Buenos Aires donde pude continuar con mi labor docente y actoral. Paralelamente estudié dirección y continué con entrenamiento actoral avanzado. Luego cursé la maestría en dramaturgia en la UNA y durante esos años fui intercalando mi desempeño entre actuación, escritura y puesta en escena. No siento que haya dado un paso definitivo a la dirección (aunque en los últimos años fue el campo al que más me dediqué) ya que siento que tanto la práctica actoral, como la de la dramaturgia y la dirección son parte de un todo en mi tránsito, trayectoria y formación como artista. Siento que las tres áreas se retroalimentan cada vez que encaro un proyecto, desde el rol que sea. Al actuar siento que puedo abordar mi personaje de una manera mucho más abarcadora y consciente por el recorrido dramatúrgico y de puesta en escena y cuando dirijo o escribo siento que el actor está latente en cada punta que encuentro para dar vida a una situación, un personaje, un mundo, en cada indicación o sugerencia creativa que propongo a mis actores y a los demás roles que intervienen en la puesta en escena. No concibo a ninguna de las áreas como esferas separadas al menos desde la manera en la que encaro mis producciones. Aunque quisiera hacerlo no podría, las tres conviven en mí a la hora de sumergirme en un proceso creativo.
Me imagino que después de estos años arriba de un escenario debe haber un tipo de obras teatrales que te gustan más que otras… ¿Cuáles son tus preferidas para actuar y cuáles para dirigir?
Antes de pensar en algún “tipo de obra” me detengo en la calidad del texto, sea el género que sea, más allá de la poética que se encare para llevarlo a escena. Si el material me seduce, me invita querer ser parte de él como actor o me sugiere imágenes potentes que me impulsen a querer llevarlo a escena, a querer contar esa historia desde mi mirada, compro, no doy muchas vueltas, tiene que generar esa sensación, esa sed y hambre de querer ser parte, esa pasión genuina, en la primera lectura de mesa. Es cierto que hay materiales que aceptaría encarar como actor y otros que aceptaría como director, pero mi primer filtro en las elecciones de un material es el anteriormente citado. Tienen que constituir, además, un desafío, que me saquen de mi “zona de confort” sea el rol que sea y me permitan descubrir nuevos colores, nuevas vivencias y nuevos horizontes creativos. Ahora bien, en cuanto a gustos personales, me inquietan y me estimulan muchísimo los materiales ligados a la ciencia ficción, el terror, la fusión de géneros como el melodrama, la tragicomedia y, en especial, aquellos con ingredientes de humor negro. La comedia pura es otro de los géneros con los que me llevo muy bien, siento que puedo encararlo desde un lugar muy cercano, por mi filosofía de vida de tamizar las cosas que me suceden día a día desde el humor. Pero, de un tiempo a esta parte, me inquietan los materiales que juegan con los bordes de la representación, esos que van al límite de lo que es posible o verosímil de contar en teatro, en un espacio escénico a escasos metros del público. En el caso de “No sé si puedo dejarte” lo que me atrapó fue su temática, me generó un desafío enorme al meterme de lleno con un costado “romántico”, “tierno” y dramático y fue seductor porque es una obra muy poética, sensible, que no hubiese salido de mi universo dramatúrgico pero que, sin embargo, sentí que podía encarar y contar como director. Resonó fuertemente en mí y, acá estamos, en plena temporada.